Todos los años en esta fecha, yo le escribí una carta al Niño Jesús. Después de muchos años pidiendo sin recibir, llegué a la conclusión de que el Niño Jesús está muy ocupado en otros asuntos...
Por eso hoy dedico mis líneas a mis amigos de Econoinvest, secuestrados -como tantos otros- por caprichos de quienes nos gobiernan. Porque la acusación contra ellos fue "haber prestado servicios de intermediación al público con títulos valores (TICC) para adquirir y/o vender divisas en el mercado alternativo" práctica legal y permitida por el artículo 9 de la Ley de Ilícitos Cambiarios y encima, con la participación del Banco Central de Venezuela. Hasta donde yo sé, ni un funcionario de este organismo está privado de libertad. Sin embargo, Miguel Osío, Ernesto Rangel, Juan Carlos Carvallo y Herman Sifontes, mi amigo de hace muchos años, sí lo están. Lejos de sus familias, del trabajo que forjaron desde 1996 y que en 2008 los convirtió en la primera Casa de Bolsa del país.
Este asunto no es solo jurídico. Ha sido una arremetida contra el mercado de capitales sin que una estructura organizada lo suplante. No es más que una estrategia del Estado para destruirlo, como se deduce de unas peregrinas declaraciones del ministro Giordani. También se les ha acusado de haber tenido nexos con Rafael Ramírez, pero la interventora pasó un año buscando esos nexos y no encontró nada.
Toda suerte de irregularidades ha rodeado este caso. No solo fue que no hubo delito flagrante. Fue que dos funcionarios de la CNV habían convalidado todas las operaciones. Que los fiscales designados no conocían el lenguaje bursátil. Que ha habido veintitantas audiencias (sin contar las suspendidas) y que la interventora tenía en su poder la computadora que durante un año denunció como extraviada. Econoinvest había generado todas las garantías para que no hubiera acusación de enormes movimientos de dinero. Encima, sus cuatro miembros principales estaban aquí con sus familias. Si hubieran estado metidos en un chanchullo, tenían medios para haberse ido del país.
Yo me imagino que la Navidad es un día más para alguien que está en la cárcel. Sin embargo, la mayor riqueza que alguien puede tener son amigos que lo apoyen. Por eso, para Herman, Miguel, Juan Carlos y Ernesto vaya mi abrazo afectuoso y lleno de esperanza.
El Universal, 24/12/2012, enlace al original