Se pone rojo. No lleva saco. Traga parte del aire que toma antes de responder a las preguntas que le hacen, y después explica, unas veces con más soltura que otras. Parece que se ahoga a sí mismo. Supongo que es una muestra de los nervios que surgen desde la rabia y la vergüenza, porque no he pasado por allí, apenas puedo imaginar lo que significa estar en el banquillo de los acusados.Cualquiera que haya sido señalado de algo terrible, sabe lo incómodo y doloroso que resulta tratar de defenderse manteniendo la compostura, sin mandar a alguien al carajo, mientras el resto observa con atención en medio de un ambiente tenso.
Este texto no es parte de una investigación periodística, así que no debe verse como una crónica, que no lo es, ni como un reportaje, que menos, sino como el intento de acercarme a un retrato justo: el del momento en que veo a alguien de quien aprendí algunos valores sobre la humildad, el conocimiento y la visión de futuro, una persona que admiro porque me trató desde el principio con respeto por el trabajo que yo hacía o podía hacer, sin necesidad de que nos pareciéramos; no un amigo, sino una idea ambigua que poco a poco comenzaba a formarse a partir de la confianza y el juego, la mayoría de las veces vinculada a la creación; un banquero con clara, asombrosa y demostrada vocación humanista, un sujeto poderoso y sencillo; al que estoy viendo, repito, ser interrogado en un juzgado por un delito que él asegura que no cometió.
