Hace 2 meses cumplieron 2 años de detención, sin ser llevados a juicio, Herman Sifontes, Ernesto Rangel, Juan Carlos Carvallo y Miguel Osío, directivos de la empresa Econoinvest. El Ministerio Público solicitó y el Tribunal acordó que esta situación anómala, inconstitucional y profundamente inhumana, pueda prolongarse hasta por 2 años más.
Al escribir estas líneas, por mi mente pasa una gran variedad de enfoques. Podría empezar analizando el caso desde un punto de vista jurídico-constitucional y desmontar la patraña que se ha tejido para mantener encarcelados a quienes no cometieron ningún delito definido como tal por la ley; podría denunciar la ausencia del tribunal "competente, independiente e imparcial" que exige la Constitución; podría recordar que el Ministerio Público está obligado a garantizar, en los procesos judiciales, el respeto de los derechos y garantías constitucionales, así como la rapidez y buena marcha de la administración de justicia; podría relatar cómo los directivos de la empresa, que se sabían amenazados, no quisieron huir del país y se quedaron en Venezuela para asumir sus responsabilidades no sólo frente a la justicia sino frente a los centenares de trabajadores de la empresa; podría poner énfasis en los aspectos políticos que rodean el caso; podría recordar que los interventores de Econoinvest prácticamente culminaron sus labores y devolvieron a los clientes e inversionistas hasta el último céntimo del dinero invertido, y aún así, sobró plata que debe ser devuelta a los accionistas. Quedó demostrado de manera inequívoca el manejo pulcro de esos recursos por parte de quienes siguen detenidos. Podría decir que los presos siguen presos porque liberarlos sería reconocer que algún envanecido y mediocre alto jerarca de las finanzas públicas se equivocó.
Son muchas las cosas que se podrían decir y que se han dicho, pero creo que vale la pena resaltar, de todas, una: va creciendo un clamor cada vez más estruendoso en contra de la arbitrariedad. De los más diversos sectores de la sociedad civil, del mundo de la cultura, de todas las corrientes políticas, incluidos seguidores del presidente Chávez, de las más diversas proveniencias surge una petición: ¡Libertad para los presos de Econoinvest! Causa extrañeza ver a tanto poeta, pintor, novelista, músico, periodista, activista político, salir públicamente en defensa de unos corredores de bolsa. ¿Por qué se ha suscitado esta profunda y sorda corriente de rechazo a una detención injusta en un país en el que son frecuentes las privaciones de libertad caprichosas y arbitrarias? La razón es muy sencilla: Econoinvest era algo más que una casa de bolsa. Se trataba de una empresa muy exitosa en su campo de acción, pero era también un centro de encuentro de creadores y emprendedores provenientes de todos los sectores que sabían que allí encontrarían ayuda, apoyo, consejo y amistad.
Mi relación personal con estos presos nada tiene que ver con la política. Mi amistad con Herman Sifontes, que se extiende a Carvallo, Rangel y Osío, fue algo casual que luego se fue cimentando al conocer a un ser excepcional por su calidad humana, su inteligencia, apertura intelectual y vida familiar.
En dos años de prisión sigo viendo a la misma persona, entera, sin dobleces, sin odio alguno y me vienen a la memora los versos de Miguel Hernández: "Cierra las puertas, echa la aldaba, carcelero.
Ata duro a ese hombre: no le atarás el alma.
Son muchas llaves, muchos cerrojos, injusticias: no le atarás el alma".
El Nacional, 12/07/2012, A/7