Cuenta Esquilo en la crónica verídica de los sucesos acaecidos en la ciudad griega de Argos, que a seguidas del asesinato de Agamenón, su homicida, quien era también su consorte, exclamó, “Ahora mandamos nosotros”.
En el indeseado plural, incluía al torvo Egisto, su cómplice y amante. Con sus despiadadas acciones, Clitemnestra dejaba clara su inclinación a la tiranía. No disimulaba que sus actos serian amparados por la más abierta impunidad. De los atributos del tirano, el que debería ser más odiado es el de la usurpación de la justicia. Ningún ciudadano puede sentirse inmune a la arbitrariedad de sus decisiones, las cuales son siempre inapelables. Sin sombra del debido proceso, el tirano condena de acuerdo a sus cambiantes humores o a las consejas adulantes de los cortesanos de turno.
Con precocidad siempre admirable, los griegos entendieron que el bienestar social era incompatible con esta forma de administración de justicia. En “Euménides”, tercera parte de su Orestiada, Esquilo refiere cómo los ciudadanos de Atenas, bajo la inspiración de Atenea, ingeniaron la institución tribunalicia, que en principio llamaron Areópago, para dar fin con la injerencia abusiva de los gobernantes. Estas son las palabras de la divinidad en el momento de legar a los atenienses el más precioso de los dones, los tribunales de justicia: Ahora deben respetar como es debido esta institución venerable, que es el baluarte que puede salvar la ciudad y el país.
Incorruptible al lucro, digna de reverencia, inflexible de ánimo, vigilante celosa de los que duermen y guardián de la tierra, tal es la institución que hoy establezco.
Con este legado, le fue posible a los griegos un proceso civilizatorio superior al de sus vecinos a ambos lados del Mediterráneo, lo que hizo factible la creación de las formas democráticas de gobierno. Desde entonces, y es algo que no deberíamos olvidar, democracia y justicia han venido a ser una y la misma cosa. La justicia es la esencia de la existencia de la democracia. Una depresión de la administración de justicia, se corresponde con una democracia disminuida, enferma. A menos justicia, menos democracia. Y lo contrario no es menos cierto.
Parece inevitable pensar en Esquilo al considerar el lamentable y lamentado caso de los cuatro directores de la empresas Econoinvest, detenidos desde hace tres años. En el accidentado desarrollo de este proceso, los argumentos de la parte acusadora son inconsistentes, aparte de insuficientes.
El juez de la causa no los encuentra ni culpables ni inocentes. La imagen del insípido limbo acude a la hora de analizar la situación. Para los que hemos asistido a cualquiera de las últimas audiencias, algo queda claro: hay mucha oscuridad en el proceso. La atmósfera es la más enrarecida, el aire apenas se respira, la asfixia existencial es insoportable y lo que vemos no parece estar ocurriendo. Algo hay en este juicio que está fuera del juicio y es determinante. Y, sin mucha demora, nos asiste un sentimiento inquietante, ¿Acaso este tribunal ha sido despojado de la facultad, la única que justifica su existencia, de decidir sobre la inocencia o culpabilidad de los imputados? Para los presentes todo parece indicar que no es de otra manera.
Y si esto es así, la institución que nos legaran los griegos, el mejor don que nos dejaron los dioses mezquinos, ha perdido su razón de ser. Habremos regresado a los tiempos ominosos del “Ahora mandamos nosotros”, piedra fundacional de toda tiranía. Una forma de gobierno detestable cuyas dos primeras víctimas son la justicia y la democracia, las cuales, para los griegos, eran, y deben ser, una y la misma cosa.
El Carabobeño, 14/10/2012, enlace al original