La relación entre los artistas y los intelectuales con el poder ha sido debatida a través del tiempo. Muchos no la conciben sino como un ejercicio crítico, a través del cual se manifiesta una autonomía y una posibilidad de análisis que beneficia a la sociedad debido a cómo pueden esos artistas e intelectuales, partiendo de la formación o de las cualidades que los distinguen, hacerle un servicio invalorable a la comunidad mediante la observación y la denuncia de los defectos, los errores y las omisiones de quienes detentan la autoridad. Otros comprenden que los artistas y los intelectuales formen parte del cortejo que acompaña a los poderosos, con obras capaces de legitimar la autoridad de turno, en la cual confían, o simplemente como piezas de ornato o en función de aduladores. Por último, abundan los que defienden la alternativa de una conducta neutra frente a los negocios relacionados con la administración del bien común, sin que los habitantes del universo de las artes y las letras "desciendan" hacia el terreno de la política.
Un vistazo de la historia de Venezuela registra tales posturas en relación con el ejercicio del poder, desde las cuales se manifiestan reproches, lucha sin contemplaciones, compañía silenciosa o entusiasta y evidente indiferencia. Es una diversidad que se advierte desde los inicios del proceso de Independencia y llega hasta nuestros días, para enorgullecernos o para avergonzarnos de acuerdo con el papel que exigimos desde la posteridad a los intelectuales y a los artistas. En el abanico se ventilan figuras como Rufino Blanco Fombona y Laureano Vallenilla Lanz, para referir apenas un par de autores esenciales, cuyo tránsito refleja actitudes elocuentemente opuestas sobre lo que entendieron de los vínculos y las distancias frente a los señoríos de su tiempo. La nómina de los indiferentes es copiosa, antes y después, sin que se trate ahora de pedirles una militancia o una participación que fundamentalmente depende de su albedrío. En cualquier caso, la reacción de esos protagonistas de las artes y las letras se hace relevante en función del peso específico de cada quien, del prestigio que han adquirido por sus obras, de la admiración que sentimos ante sus pasos deslumbrantes. Si el artista o el intelectual son respetados por sus frutos, cuando desde esos frutos deciden una presencia de naturaleza política, o una crítica de situaciones que consideran aberrantes en un contexto determinado, provocan ineludible atención.
Es el caso de Gabriela Montero, pianista excepcional a quien se juzga, a escala universal, como la más grande ejecutante de su generación. Después de labrarse una carrera sin el apoyo de los aparatajes oficiales de Venezuela, generosos ante otros de sus colegas pero excesivamente cicateros con su virtuosismo, ha ascendido a la cúspide de los circuitos internacionales de la música para convertirse en una referencia estelar. Desde esa cúspide y sin que nadie se lo pidiera, pero especialmente sin que la manifestación tuviera relación inmediata con el arte que la ha llevado a la fama, ha compuesto una obra titulada "Ex Patria" a través de cuyas notas quiere denunciar la situación de injusticia que impera en su país, que atormenta a una comunidad que le duele y de la cual se siente parte desde el lugar en el que ahora se encuentra. El título de la obra puede obedecer al hecho de que escribe y percibe sonidos y quejas desde otra latitud, pero también de sentir que el género humano del que forma parte cada vez deja de ser lo que fue en un pasado del cual ella proviene y en cuya sensibilidad se reconoce. "Ex Patria" se puede ver en la siguiente dirección electrónica, en caso de que no se hayan conmovido con su ejecución: www. You Tube.com watch?=hNgAFCZwuSI, si no copie mal el jeroglífico.
Gabriela Montero dedica la obra a los 19.336 venezolanos que murieron debido a la violencia generalizada en 2011, y a sus amigos los directivos de Econoinvest que sufren cruel prisión condenada por la ONU: Enrique Rangel, Hermann Sifontes, Juan Carlos Carvallo y Miguel Osío. Lo que ahora se escribe quiere ser también una manifestación de solidaridad con los amigos encerrados sin fundamento, sin un sentido que no sea el de una atroz persecución, pero, en especial, una muestra de admiración por la manifestación que la artista hace frente a las calamidades de Venezuela, frente a las cifras tan espantosas de asesinatos que refirió en la presentación de "Ex Patria". Pudo permanecer callada, cómoda en el regazo de un oficio que la ha llevado a legítima fama, como hacen muchos de sus colegas desde tiempos remotos. O hacer de felicitadora del régimen según también han hecho otras figuras del ramo y de otros ramos con el aplauso del público y la complacencia de los medios de comunicación. ¿No ha sucedido así desde la antigüedad republicana sin necesidad de sonrojos, sin que nadie se rasgue las vestiduras, sin que nadie los critique de veras, sin que nadie los deje de saludar y sin protagonizar conductas insólitas? Los intelectuales y los artistas se manifiestan de manera diversa ante el poder, como se trató de describir al principio, y cada quien escoge su puesto en la carrera. La Montero no ha querido dejar dudas sobre el lugar que escogió para permanecer en nuestra memoria. Prefirió la estirpe de los Rufinos, lejos de la tribu de los Laureanos.
El Universal, 09/09/2012, enlace al original