En este encierro no cabe el odio
contra la infamia sobra esperanza
esta injusticia ya se disuelve
desaparece con la verdad
Es el título de una canción así como el epígrafe es su primera estrofa. Fue compuesta por Ernesto Rangel, el arreglo musical es producto de ese gran músico que es Aquiles Báez y es interpretada por un grupo de talentosos músicos venezolanos. Allí tienen el enlace para que la escuchen, pues se trata de una estupenda composición musical. Pero mi reflexión me lleva por otra arista. Ernesto es uno de los cuatro directores de Econoinvest detenido desde hace más de dos años, y es ahora, hace apenas unas pocas semanas, cuando se ha iniciado el juicio contra todos ellos. Justo cuando se cumplían los dos años de su detención y se hacía imperiosa su liberación de acuerdo con la normativa vigente, el Ministerio Público solicitó una prórroga para que siguieran detenidos. En esos dos años esa institución no fue capaz de promover y presentar las pruebas que sustentaran la acusación que se les formuló, con lo que ha incumplido, una vez más, con ese precepto constitucional de que la justicia debe ser oportuna.
Distintas circunstancias me han hecho conocer en detalle las particularidades de este caso y debo confesar que la sensación que experimento es la de una enorme vergüenza ante lo que es hoy el sistema judicial del país, sin que esto suponga en modo alguno que el pasado haya sido perfecto. Pero la presente nota no tiene por objeto entrar en la discusión de los aspectos jurídicos y económicos del caso. Lo relevante es el hecho de haber escuchado esa grabación y conocer el lado humano de quienes sufren las consecuencias de una inmensa injusticia. Cualquiera podría aducir que no es la única y que hay otras peores. Cierto, el comisario Simonovis, la jueza Afiuni y tantos otros padecen en la actualidad los atropellos de un régimen que no muestra ninguna consideración ni respeto hacia quienes considera disidentes de sus lineamientos políticos o hacia aquéllos cuyos casos contienen algún elemento de carácter político que amerite un determinado desenlace.
Aquí se trata de cuatro jóvenes profesionales venezolanos que creyeron en una política establecida por el gobierno de turno y que, con base en su normativa, planificaron la gestión de la empresa que habían fundado. Magno error de su parte. No estimaron jamás que el régimen fuese capaz, en aras de alcanzar un objetivo político como lo era la destrucción total del mercado de valores, de desconocer radicalmente las reglas de juego preestablecidas y aducir la existencia de otras totalmente distintas.
En ese entorno es de presumir que la absoluta convicción de su evidente inocencia los haría percibir su situación como un salvaje atropello ente el cual solo cabría esperar que su espíritu expeliese rencor y odio. Pues bien, en el caso de Herman, Juan Carlos, Miguel y Ernesto, lo que he visto es una gran camaradería, un inquebrantable sentido del humor en medio de la desdicha, un arduo trabajo en aras de probar la verdad y de rescatar la justicia, un gran aprovechamiento del tiempo para adquirir nuevos conocimientos con los instrumentos disponibles para hacerlo, una lucha sobrehumana para disminuir la carga que pesa sobre sus familias ante la magnitud de la tragedia sobrevenida y, en fin, un esfuerzo tenaz para no caer en la tentación de perderse en ese triste laberinto que consume el espíritu y que fomenta la acumulación de odios, resentimientos y revanchismos. En su lugar, para muestra está una hermosa frase de la canción de Ernesto que evoca todo lo contrario: “En este encierro no cabe el odio, contra la infamia sobra esperanza…”
Debo reconocer que la actitud de estos venezolanos ante la situación que enfrentan me insufla una enorme dosis de optimismo para no tener que aceptar que nuestro país está perdido. Y tengo la percepción de que la mayoría de los ciudadanos de este país comienza a tener ese mismo talante ante el cúmulo de calamidades que cotidianamente se les presenta.
Cuando muy fácilmente hubieran podido tomar el camino de la huída al exterior -pues nada se los impedía y habrían sido bien recibidos en cualquier país civilizado, sobre todo ante el dictamen de la Comisión de Detenciones Arbitrarias de las Naciones Unidas que los libra de toda responsabilidad delictual- no es poca cosa el haber decidido enfrentar los cargos en el país a pesar de la precaria independencia de sus tribunales de ¿justicia? Esta conducta demuestra que todavía quedan en Venezuela vestigios importantes de dignidad y entereza moral.
La hermosa canción de Ernesto es un auténtico canto a la esperanza que, sin duda, atraerá hacia ellos esa "cascada de bendiciones" que ya comienza a irradiar. Y pensar que todavía hacen canciones en medio del horror que viven. ¡Cuánto respeto me merecen!
Quinto Día, Reflexiones, 17/08/2012