No digo que sea idiota; tampoco inteligente; es astuto. La astucia es la inteligencia de los brutos. Pero el resultado de sus actos es estúpido porque perjudica a los demás y se perjudica a sí mismo. Las recientes elecciones colombianas son una muestra de ello: al intervenir en ellas y crear una instintiva solidaridad alrededor de Santos, perjudicó a Colombia y también a Venezuela. Pero no es de eso de lo que quiero hablar, sino de otras estupideces y arbitrariedades que está cometiendo contra una persona buena.
Desde hace diez días está preso Herman Sifontes, un gran empresario y mecenas venezolano. Desde su Fundación para la Cultura Urbanay desde Prodavinci, este banquero excepcional ha sido un gran impulsor de la música popular venezolana, de la fotografía histórica, del urbanismo, del periodismo y de la literatura. Pero de un momento a otro, por el único pecado de ser rico (no porque haya robado, sino gracias a un trabajo serio en la banca y en la bolsa), se ha convertido en enemigo del presidente venezolano, que ordenó su arresto con motivaciones absurdas y sinuosas.
El coronel Chávez dijo esta semana que les declaraba la guerra a los ricos. Como sus políticas económicas son un tremendo fracaso, tiene que buscar un culpable, y nada mejor que meterse con lo poco que queda de la empresa privada venezolana: Polar y algunos bancos. La labia de Chávez es incontenible: uno apaga la radio y él sigue hablando; uno apaga la televisión y él sigue hablando; uno se duerme y él sigue hablando; uno se despierta y él sigue hablando. Y en su verborrea incontenible su última obsesión es que “los ricachones se irán al infierno”.
No creo en el infierno. Pero detesto a aquellos que, sintiéndose dioses, condenan a los otros al infierno. Hay un infierno real al que sí pueden condenar los tiranos: la cárcel. Y allí está mandando Chávez, con órdenes explícitas, a quienes él culpa del fracaso de su régimen. ¿Por qué? Porque quiere buscar la calentura en las sábanas; porque necesita chivos expiatorios; porque debe mentir diciendo que su moneda se devalúa por culpa de los cambistas y no de sus desastrosas políticas económicas. La culpa es de Chávez si hay falta de confianza y fuga de divisas.
Herman Sifontes y sus compañeros de Econoinvest son presos del Presidente, no de los jueces. Él ha resuelto que todos los banqueros son ladrones. Ese es un viejo mito de la izquierda y tener preso a un banquero da réditos políticos. Venezuela tiene una economía distorsionada; para empezar, no se sabe realmente cuánto vale un dólar. Y los boliburgueses (los funcionarios del régimen que se han vuelto millonarios gracias a esta distorsión) han usado los bancos, con herramientas que eran legales, para jugar con esa distorsión del dólar a tres precios: uno oficial, otro legal, otro real. De repente Chávez cambia la ley, y decide que son delitos retrospectivos aquello que se hacía según la ley anterior.
Herman Sifontes es un mecenas que ha hecho muchísimo por la cultura venezolana. También por la amistad cultural entre nuestros dos pueblos. Es un hombre sereno y bondadoso al que, cuando se le preguntaba por qué no se iba al exilio, decía que confiaba todavía en la capacidad de regeneración de Venezuela. Ahora es un símbolo más de las infamias de Chávez. ¿Los banqueros son ricos? Claro, en cualquier parte del mundo. ¿Por qué? Porque todos los que tienen un ahorro, de izquierda o de derecha que sean, cuando lo meten a un banco, no quieren perder su plata y quieren recibir los mayores intereses posibles. Nadie le entrega su plata a un banquero pobre y le dice: “Aquí están mis ahorros, págueme lo menos que pueda”. Los bancos ganan porque todos somos codiciosos. ¿Quieren cambiar esta regla del capitalismo? Cámbienla. Pero no metan presos a los que jugaban limpiamente con las reglas anteriores. Eso es infame.
El Espectador, 06/06/2010